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Ana López: “Yo creo que nací para ser médico, que Dios me lo puso claro”

Una entrevista de Paco Gil

Fotografías de Raúl Díaz


Entrevistas en ‘primera persona’


Tal vez sea su talante amable, su mirada clara, su sonrisa siempre transparente y, por supuesto, su constante predisposición hacia los demás lo que haga que cuando un nazareno o nazarena de bien se cruza por la calle con la doctora Ana López, no se reprima lo más mínimo y, tras el correspondiente saludo de rigor, le espete: “Mire, doctora, es que me duele aquí. ¿Qué hago”. “¿Y qué voy a hacer yo? Pues interesarme, claro”, responde.



 Y es que Ana López Jurado es como si fuera la médico de cabecera fuera y dentro de consulta de toda la Dos Hermanas que se mueve en el entorno del centro de la ciudad y de las imágenes sagradas que se guardan en sus distintas capillas, de las que ella es ferviente devota.

 

Ana López, de 64 años, pasa consulta cada día en el Centro de Salud Santa Ana de Dos Hermanas, habiendo dejado atrás una etapa muy floreciente en la Clínica San Agustín, donde confiesa que fue muy feliz. Una felicidad que, en cualquier caso, le acompaña siempre allá donde va, ya sea por motivos profesionales o personales, estos últimos centrados de forma especial en su fe religiosa y en la devoción que profesa a imágenes como las de Santa Ana, Valme o Virgen de los Reyes, y teniendo a su Señor del Gran Poder como la imagen de cristo en torno a la cual también gira su vida y sus vivencias.

 

Como consecuencia de la presente conversación con Ana López, se podrá distinguir con absoluta claridad su amor eterno por sus padres y por toda su familia, su entrega a Dios y, sobre todo, su sueño cumplido de ser médico de pueblo, algo que cuenta para todos a partir de ahora en primera persona.



 

“Aunque mis padres vivían en Dos Hermanas de siempre, yo nací en Sevilla y fue por una cuestión familiar: una tía abuela de mi abuelo paterno era la directora de las Hijas de la Caridad de Maternidad en Sevilla, Sor Rafaela, que estaba frente al Puesto de Los Monos, y entonces decidieron que mi madre debía parir allí. Y es curioso que aún conservo el papel de la matrona que asistió a mi madre, que recoge que nací el 24 de agosto de 1960 a las 00:18 horas. Fíjate, en agosto, un mes mágico en mi casa porque mi hermana nació un 1 de agosto, la otra, el 3 de agosto; mi padre, un 15 de agosto, con la particularidad de que ese mismo día, pero con muchos años de diferencia, nació también mi primo Paco, que hoy es párroco de la de San Martín de Sevilla, y mi primo Francisco, que es hijo de mi tío Agustín, el que tenía el estanco, también nació en este mes”.

 

"Yo siempre me he sentido muy orgullosa de mi familia. Y siempre he dicho que para mí Dos Hermanas es mi vida".

“Mi gente es toda de Dos Hermanas. Mi padre era José López González y mi madre, Antonia Jurado Alfonsín. Por parte de mi padre eran de la familia de ‘Los Quito’ y su madre, de ‘Los Moreno’. Y por parte de mi madre eran los hijos del ‘Coronel’, porque mi abuelo era coronel. Yo siempre me he sentido muy orgullosa de mi familia. Y siempre he dicho que para mí Dos Hermanas es mi vida. Lo único que envidio de este mundo es viajar, porque es algo que siempre me ha apasionado, pero sabiendo que, cuando se acabe, voy a volver a mi pueblo. Es que es aquí donde quiero estar. Y es que todo lo que esté más allá de la calle Real Utrera, no me interesa. Si alguien me dice que vamos a ir a un viaje, a donde sea, ya es algo que me entusiasma, de forma que me pongo a leer qué hay allí, qué puedo ver… Pero cuando se terminen los tres días, diez o un mes que dure, lo que quiero es volver a la calle Real Utrera, que es lo que me da la vida”. 


“Yo vivo en la calle Real Utrera desde el 31 de agosto de 1968, a donde llegamos cuando tenía 8 años. Antes vivíamos en la calle Francisco Díaz, justo donde hoy vive Amable, el del bar. Mi madre se crió en la calle San Bernardo, y, claro, le tiraba su barrio, y mi padre entre la calle Botica y la esquina con Lope de Vega, de forma que este sitio de la calle Real Utrera fue para él ideal. Se trata de dos personas que ya no están con nosotros, aunque para mí sigan vivas. Ellos tuvieron cuatro hijos: Yo, que nací la primera, Encarna, Curro y Carmen”.

 

“Mi padre se dedicó toda su vida a la aceituna. Yo lo adoraba…, perdón, lo adoro, y una persona que era digna de conocerse. Era ecuánime, muy justo, católico practicante, lo que le llevaba a tener un compromiso grande con muchas cosas. Él trabajó en el almacén de aceitunas que se llamaba Cantarrana, y cuando murió le dije a mi sobrino Antonio José:

 

-   “Mira, vete al almacén y tráete tierra de allí”.

 

¡De esta forma, a él lo enterramos junto con tierra de Jerusalén, que era su ilusión, con tierra de la cueva de Santa Ana, con tierra de Cuarto y con tierra de Cantarrana. Mi padre fue un estudiante brillante, pero resultó que al ser el mayor de los hermanos, ya con 14 años tuvo que dejar los estudios. De hecho, el nombre de mi padre se llevó muchos años en el cuadro de honor del Instituto San Isidoro por la mejor nota obtenida. Tenía una caligrafía espectacular, un ansia de saber fantástico, una persona interesada por todo, un lector empedernido y muy bueno en su trabajo. Nosotros somos una familia de clase media, pero él optó por un tipo de educación, que era la privada, solo para que sus hijos recibiéramos un tipo de educación religiosa, lo que le obligó a muy grandes sacrificios, porque es que éramos cuatro hijos. Y mi madre, que era pequeñita, siempre he dicho de ella que era la mujer fuerte de la Biblia, porque cuando tenía nunca presumió y cuando no tuvo, siguió igual. Era una mujer con una ecuanimidad terrible”.




“Yo no estoy casada. Tengo un novio, Antonio Torreño Morales, pero por motivos religiosos no vivo con él porque está separado y necesitaríamos una nulidad, porque tengo claro que quiero seguir estando en el seno de la Iglesia. Y aunque no tengo hijos, tengo a unos sobrinos a los que quiero como si los hubiera parido. Además, mi orgullo es que la primera cara que mis cuatro sobrinos vieron nada más nacer, fue la mía. Yo no me perdí esos nacimientos por nada del mundo. Mira, la niña, María Luisa, hija de mi hermano, es lindísima física e interiormente, y, a pesar de ser muy imaginativa, puso en su momento los pies en el suelo; es alguien a quien merece la pena conocerla. Después viene el mayor de mi hermana, Curro ‘grande’, un ser especial en todo y por todo, alguien que todavía no se ha dado cuenta de lo que vale; yo siempre digo de él que ha sido el costalero de unos cristos vivos que eran mis padres y mi tía cuando estaban ya viejos. Luego llega el más cariñoso de los tres, que es mi Curro ‘chico’, alguien entrañable, generoso, que está siempre ahí para lo que se quiera, que tiene una curiosidad innata por el mundo de la política, de la ciencia…, y ya estar a su lado es entusiasmarte, además de ser una persona que da los besos continuos que los demás no dan. Y, por último, está el más chico de todos, que es el personaje de la familia, Antonio José, alguien con una inteligencia supina, pero también muy ‘quito’ en el sentido, como un tío-abuelo mío, de que es muy serio pero cuando dice algo te jartas de reír;  y alguien vehemente que se bebe la vida, porque lo mismo le gusta la feria, que los toros que la Semana Santa…”.

 

“De niña yo me formé primero en el Colegio de Santa Ana, con la particularidad de que era la cuarta generación de mi familia que pasó por allí, y ya mis sobrinos han sido los quintos. Después estuve un año o dos en la Sagrada Familia, pero como por entonces sólo se estudiaba hasta cuarto, para ir al instituto hubo un grupo de gente de Dos Hermanas, como Rosa María López Chacón, la hija de Nicasio, Estrella Fernández, Mari Carmen Rubio, Fernando Gómez, Reyes Gómez…, que decidieron que nos íbamos a ir a la Doctrina Cristiana, y así lo hicimos. Fue la verdad que una etapa feliz. Y ya después, a la hora de hacer la Selectividad, formé parte de la primera generación de mujeres que entró en el Colegio Claret de Sevilla para hacer el COU”.

 

"Quería ser médico. No tengo conciencia de haber querido hacer otra cosa, la verdad”.

“Lo que no sé explicar es por qué después me decidí por estudiar Medicina, la verdad. Sólo puedo asegurar que lo que yo quería era ser médico. Mira, yo tengo una deuda pendiente conmigo misma, y es la de estudiar Historia, algo que me gustaría hacer en algún momento. Pero en lo de estudiar Medicina creo que influyó mucho una cosa: yo vivía frente a la consulta de José Antonio Casto Estefanía, cuya madre, por cierto, doña Magdalena, se merecería la mayor calle de Dos Hermanas con su nombre porque era una santa, una mujer espectacular y que cuando su hijo llegaba a la consulta, ya se la tenía llena de gitanos, con la particularidad, además, de que el gitano acababa saliendo con la leche comprada. Y no sé por qué, pero siempre sentí una admiración especial por los dos, y que quería ser médico. No tengo conciencia de haber querido hacer otra cosa, la verdad”.

 

“Hay detalles en la vida que si te cogiera un psicólogo, sería para estudiarlo: yo tengo las manos muy chicas y los dedos muy gordos, y recuerdo que cuando estábamos en el Colegio de Santa Ana, una amiga no dejaba de decir que quería ser enfermera. Y entonces yo le decía que quería ser médico, pero ella se empeñaba en decirme que no podría serlo porque tenía los dedos muy chicos. ¡Y mira qué tontería, pero aquello fue para mí un trauma toda la vida! Para colmo, al cabo de mucho tiempo descubrí algo que muy curioso: recuerdo que a mi padre le hicieron una entrevista en el periódico ‘El Nazareno’ en la que veo que, ante la pregunta de qué le hubiera gustado ser, su respuesta fue que “médico”. Algo, fíjate, que nunca me lo llegó a decir a mí personalmente. Y recuerdo también que cuando le dije que quería estudiar Medicina, sólo me dijo una cosa: “Adelante”. Era curioso que alguien que no quería que montara en bicicleta porque decía que no era propio de mujeres, le dijera que quería ser médico y me respondiera con un “adelante”. Pero es que no hubiera sabido hacer otra cosa. Yo creo que nací para ser médico, que Dios me lo puso claro”.

 


“Yo estudié Medicina en Sevilla, en una etapa que no la recuerdo precisamente muy alegre, la verdad. Y es que esa época universitaria fue para mí un choque muy gordo porque tuve que enfrentarme a un mundo que no era el mío, lejos de la calle Real Utrera, de la Parroquia, de mis hermanos…, aunque nunca perdí la seguridad de que quería era ser lo que soy: médico de pueblo. Y es que a mí me gusta el trato con la gente. De aquella época en la Facultad hay cosas que se te quedan grabadas para siempre, como cuando, aunque suene muy tétrico, una mañana en la que estábamos en el Instituto Anatómico Forense dando clase de Anatomía, delante de cadáveres cubiertos con sábanas blancas y nosotros dispuestos a su alrededor, Jiménez Castellano, con aquella pinta de dandi inglés que tenía, pidiendo que guardáramos un minuto de silencio en agradecimiento por esos cadáveres que nos iban a permitir estudiar, y que el que fuera religioso que lo hiciera rezando y el que no, que permaneciera en silencio. Aquello fue para mí algo impresionante. Y luego hay otra cosa que no se me olvidará, como cuando José Antonio Estefanía me dijo:

 

   - “Niña, escúchame: Tú te puedes equivocar, pero lo que no puedes hacer es dejar de atender a la gente”.

 

“Y es que eso es fundamental. Y de eso es precisamente de lo que yo todas las noches hago un examen de conciencia, preguntándome si había sido merecedora de eso, de haber escuchado a la gente y de haber resuelto sus problemas”.

 

“Mi carrera como médico la empecé en el polideportivo de Montequinto. Por entonces, el Ayuntamiento de Dos Hermanas contrataba los meses de verano a médicos para estar presentes en las piscinas, y ése fue mi primer trabajo. Y fue ya después cuando empecé en la Clínica de San Agustín, a la que tengo mucho que agradecer porque allí aprendí todo, además de encontrarme con unos profesionales espectaculares. Y es que la clínica llegó a convertirse en mi casa. Estando allí me enviaron en el año 1994 a Utrera, a una consulta que tenía su hermano Paco, algo que para mí fue terrible al principio porque tenía que irme a trabajar fuera de Dos Hermanas, pero fíjate que se acabó ese temor justo cuando al llegar allí, lo primero que veo es una plaza que se llama Santa Ana, y ya me dije:

 

“Ea, ya estoy en mi terreno. No me puede pasar nada porque para eso está aquí Santa Ana”.

 

“Y tras eso, ¡Utrera ha sido conmigo tan buena! Fue como una buena madre. Yo quiero a Utrera y quiero a la gente de Utrera porque yo allí, donde estuve algo más de diez años, fui feliz. Además, compaginando la Seguridad Social con la privada. La verdad es que fue una época muy intensa, por cuanto yo seguía compaginando la sanidad pública con la privada, lo que hacía que a lo mejor sólo descansara un fin de semana de cada cinco o seis, ya que si no tenía guardia en Dos Hermanas, la tenía en Utrera o viceversa. Pero fui capaz”.

 

“Ya con el tiempo, mis padres se empezaron a hacer mayores, se abrió la clínica nueva de San Agustín y yo volví con ellos. Por entonces es verdad que seguía siendo muy familiar, pero me decían que yo tardaba mucho en cada consulta con los pacientes. Y es que, claro, mientras les atendía, les preguntaba además por su perro, por su hija, por su nieto o por sus flores…, porque creo que eso forma parte del mundo de muchas personas, y si eso falla, se falla para ellos. Y con mis compañeros, lo mismo desayunaba con el celador que con cualquiera, porque todos formábamos parte del grupo. Hasta que, yo ya con 61 años, llegó un momento de no entendimiento con la empresa, y me marché porque necesitaba trabajar a gusto. Hay una frase que marca mi mundo, que es: “Tu trabajo no merece ese dinero”. Y el que se pusiera en solfa mi trabajo fue algo que no… Está claro que yo me puedo equivocar, pero a mí no me importa echarle horas al trabajo. Y creo que además soy buena trabajando, además de que tampoco soy conflictiva en el sentido de que soy capaz de adaptarme…, pero fue ya a partir de entonces cuando me centré ya únicamente en el ambulatorio de San Ana”.

 

“En este trabajo una de las cosas que debemos tener es paciencia con nuestros pacientes. Es verdad que hay veces que te quemas, porque, por ejemplo, hoy en día con los servicios de Urgencia no sabemos lo que estamos haciendo. Y es que estamos quemando la gallina de los huevos de oro. Tenemos un sistema sanitario que da gloria, de forma que no se puede quemar eso. Y, mirando la otra parte, vemos que Primaria en muchos centros no funciona, lo que hace que, por ejemplo, si a un paciente le duele la garganta y le dicen que lo va a ver su médico en dos días, pues aguanta, pero si te dicen que la agenda está cerrada, pues lógicamente se acaba yendo a Urgencias, con lo cual estamos colapsando estos servicios; estamos matando a la gallina de los huevos de oro porque estamos ahogando al sistema y, para colmo, no estamos dando soluciones”.

 



“En mi caso, cuando estoy en consulta, yo no me planteo eso de que voy a escuchar al paciente, porque sé que lo tengo que hacer. Y es gracioso [comenta mientras se ríe] que en Dos Hermanas creo que atiendo por igual a pacientes en mi consulta que por la calle. Mira, muchas veces voy a tomar una cerveza con Antonio, o simplemente voy por la calle, y de pronto te para alguien para hacerte una consulta, a quien tengo que escuchar claro porque yo me pongo en su lugar. Me río ahora porque mi padre contaba una anécdota de un médico muy famoso de Sevilla quien yendo por la calle Sierpes se encontró con una señora que le dijo:

 

-   “Don Manuel, mire usted, esta noche he tenido un dolor en el pecho...”

 

-   Él le dijo: “Desnúdese”.

 

-   Y ella respondió: “Don Manuel, ¿en medio de la calle?”.

 

-  “Donde usted me ha hecho la consulta”, respondió.

 

“¡Jajaja! Con todo, cuando esto me ha ocurrido a mí, hay días que te acabas cabreando, y mucho”.

 

“Yo tengo en estos momentos 64 años, pero tengo más que claro que no pienso jubilarme cuando llegue mi momento. Verás, estoy mayor, porque no estoy ahora como antes, pero sé que tengo que seguir para adelante. Me canso, pues claro, pero sigo sintiéndome con ganas. Yo, por ejemplo, he empezado últimamente a hacer refuerzos en San Hilario, a donde el primer día fui con pánico porque pensaba que no iba a ser capaz de aguantar doce horas del tirón, pero cuando vi que sí fui capaz, pues me quedé muy tranquila. Es más, es que yo me quiero morir siendo lo que soy. Aunque, bueno, tengo que sacar tiempo para estudiar historia, ¡jajaja!, y también para terminar de organizar todos los papeles y cosas que tengo. Mira, durante la pandemia empecé a coger todas las fotografías de mi casa, dividiéndolas entre aquellas que eran de antes del año 2000 y las que fueron de después, y empecé a clasificarlas. ¿Cuál era el problema? Pues que ahora se tienen pocas fotografías porque están todas en el móvil, de forma empecé a clasificarlas e imprimirlas para ponerlas también en álbumes”.

 

Yo tengo en estos momentos 64 años, pero tengo más que claro que no pienso jubilarme cuando llegue mi momento".

“Pero al margen de todo esto, para mí hay otras cosas también muy importantes, como son mi fe y mi pasión por mis imágenes. Por el lugar donde vivo, tengo a mano todo lo que forma parte de ella. Yo recibí una formación religiosa, que a partir de un momento la puedes hacer tuya o no, bien como algo tradicional, lo que no te compromete a nada, bien en el sentido de que Dios se convierte en el centro de tu vida, que es mi caso. ¿Ha influido en ello toda mi tradición familiar? Posiblemente, claro, pero en un momento determinado, la que dice que sí soy yo misma. Recuerdo que cuando di el pregón de la Semana Santa [año 2019], algo que fue para mí una sorpresa por cuanto yo soy más mujer de Iglesia que de hermandades, me preguntaba de qué iba a hablar si mi Semana Santa, en mis primeros años de existencia, se reducían al Domingo de Ramos con mi abuelo, mi tía y mi madre, porque mi padre se encontraba en Argentina trabajando, para ver la Borriquita y el Cautivo, y luego ya al Jueves, Viernes y Sábado Santo, que eran los días de ir al triduo pascual. Entonces, me costaba un poco pensar cómo podía hacerlo, aunque es verdad que mi entorno, mi familia y mi mundo me ayudó a ello. Si yo digo que no soy una mujer de hermandades no quiere decir que no pertenezca a hermandades, lo único es que yo no he vivido sus interioridades, aunque ahora sí esté empezando desde que entré últimamente en la Junta de Gobierno de la Sacramental”.

 

“Mi padre fue trece años hermano mayor de Santa Ana y otros trece de la Sacramental, y recuerdo que en esa primera etapa, montándose el paso de la Santa, yo me encontraba sentada en el primer banco con los pies colgando viendo todo lo que se hacía, con Salvador ‘El de la ambulancia’, el ‘Cojo La Manga’, Antonio Plaza, Mejías… También hay cosas que forman parte de tu vida, y que no quiero que me la toquen, como cuando, como era muy mala a la hora de coser y hacer labores, que por entonces era fundamental, me castigaban en el Colegio Santa Ana y me mandaban con Sor Pilar a la capilla de Santa Ana. Y recuerdo que ella, que ya era mayor, con su voz cascada me contaba la historia de la Patrona, de cómo las hermanas oían esa campanita, y luego bajábamos a la cueva… Era para mí otro mundo, por eso pido siempre por favor que no me toquen a Santa Ana porque forma parte de mi vida. Para colmo, mi abuelo por parte de mi padre, fue también hermano mayor de Santa Ana. Es curioso que cuando se fue de Dos Hermanas a Argentina en el año 1965, justo estaba empezando la obra para comunicar la Parroquia de Santa María Magdalena con la Capilla de Santa Ana, algo que, sin embargo, nunca llegó a ver porque acabó muriendo en Argentina. Y, claro, Santa Ana forma parte de lo que me une a él, aunque sea verdad que ahora mismo no necesito una imagen para rezar. Yo no puedo estar sin Santa Ana, sin la Virgen de Valme o sin la Virgen de los Reyes, que son el centro de mi vida. Yo, por ejemplo, sigo yendo andando las vísperas de la procesión de la Virgen de los Reyes a Sevilla. Mi padre se llevó 65 años haciendo este camino; mi hermano, que tiene 59 años, lleva desde el primero haciéndolo también porque al principio lo llevaban mis padres en brazos…, pero a la hora de rezar, lo único que me importa es lo que está en el Sagrario. Yo no concibo mi vida tampoco sin mi vecino, el Señor del Gran Poder, que ha sido siempre mi imagen de referencia de Cristo, o sin el Señor de la Oración en el Huerto, de la que mi padre era mucho, o del Cristo de la Vera-Cruz, de la que era también mucho mi madre. Pero es que para rezar no los necesito. Desde el punto de vista religioso, el día que más espero siempre es el de la Resurrección, porque es el que da sentido a todo, aunque tampoco conciba mi vida sin una mañana de Valme o una mañana de Santa Ana, ni una mañana del Corpus ni de una mañana de la Virgen de los Reyes”. 



“En relación con mi pregón de la Semana Santa, lo primero que recuerdo fue que cuando me llamó Fran, el presidente del Consejo, yo creí que lo hacía para pedirme que, como iba a salir la Virgen de Valme con motivo de la Coronación y hacía mucha calor, pues que hiciera de médico, pero cuando me comunicó que lo que querían era que yo fuera la pregonera, le dije:

 

-   “¿Pero ustedes saben que yo no formo parte de ese mundillo?”.

 

-   “Sí”, respondió él, “pero queremos que seas tú”.

 

“Cuando ya me puse a escribirlo, recuerdo que al principio empecé a hacerlo con un pregón en el que se hablaba de los pasos y eso, hasta que llegó la Purísima y me dije:

 

-   “Esto no es lo que yo quiero”.

 

Rompí todo lo que llevaba escrito y empecé de nuevo, pero basándome ya entonces sólo en los Evangelios. Y lo que plasmé fue como si hubiese una mujer, Ester, que era de las que seguían a Jesús, que iba narrando todo lo que había pasado. Ese fue mi pregón. Porque esa mujer conocía a Jesús desde que nació en Nazaret hasta su muerte y resurrección, ya que fue siempre una seguidora. Ester es una de las mujeres fuertes de la Biblia, además de que hay una persona que se llama igual y con la que yo mantengo unos lazos muy importantes. Y decidí terminar el pregón con el himno que se reza en los laudes del día de la Resurrección”.

 

“Pero es que yo también fui pregonera de la Romería de Valme y, además, en un año muy especial porque fue cuando se cumplía el Centenario de la Romería, en el año 1994. En cuanto a pregones, mi experiencia empezó con la Exaltación de la Navidad, que fue curioso porque un día me encontré con Pepe Ortega, que me dijo:

 

- “Niña, que quiero hablar contigo”.

 

-   “Sí, dime”.

 

-   “Para que tú hagas lo de la Navidad”.

 

-   Yo me quedé mirándolo y le dije: “¡Ah! Bueno, vale, pero escúchame –porque por entonces el que presentaba era el delegado de Festejos-, que mi padre es el que me presenta”.

 

“Y ya fui yo con él a todos los demás: al de la Navidad, al de los Reyes Magos, al de Valme y al de Semana Santa”.

 

“Muchas veces, Antonio, que no es de aquí, me dice que no acaba de entender ciertas cosas, como, por ejemplo, eso que ocurre con la Romería de Valme, y le tengo que decir que yo he vivido unas romerías muy . Yo recuerdo por ejemplo a mi padre venir de la recolección y llevarnos a ver las carretas de Arias, porque nosotros íbamos en su carreta, y él, con el cigarro en la boca medio caído, y para meterme bronca, me decía:

 

-   “Pues yo no sé si voy a terminar la carreta este año”.


“Mira, yo me ponía descompuesta. Y mi madre, cuando llegaba el mes de octubre me sacaba el traje de flamenca y me lo ponía colgado en el techo, de forma que cuando yo llegaba del colegio, lo primero que hacía era tocarlo. El problema es que ahora, en una mañana de Valme sé que tengo la ausencia de los que me faltan, aunque sigan conmigo. O también una mañana de función de Santa Ana, en ese momento en el que miro a mi alrededor y veo allí toda mi familia…!, y me digo de pronto:

 

-   “¡Dios mío, es que me has dado tanto que no tengo más remedio que estar agradecida con todo!”


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